JOSÉ CARLOS NARANJO


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© José Carlos Naranjo
Last updated:
12/1/2024



  
“El pie lejos del freno” 
Abro en mi móvil el buscador de imágenes de Google, escribo tres palabras: José Carlos Naranjo, y le doy al icono de la lupa. Lo que aparece en la pantalla es un muchacho de porte atlético y cara risueña, despierta, como con una gracia que más allá del rostro se refleja en un estado del alma. Aparece en el estudio, de cuclillas y en alpargatas, palpando con la palma de la mano una obra sobre papel de grandes dimensiones. Justo en la fotografía de al lado aparece también con esa misma obra, pero esta vez en traje de chaqueta y mostrándole a la reina Sofía algunos detalles de la pieza muy próximos a los que su mano palpaba en la foto anteriormente descrita. Rodeando estas imágenes de su persona, y generando un mosaico cuadrangular, lo que Google ofrece de esas tres palabras, José Carlos Naranjo, son una gran cantidad de pinturas que se definen por un cromatismo de lo nocturno y entre las que se encuentran al menos dos obras maestras de la figuración española del último siglo. Ahí están “Brujos en el aire” y “El camino”, con la contundencia de lo que se genera en un estado de gracia y ya nos sigue interpelando para siempre.

Desde esas obras, y hasta la presente y quinta individual de José Carlos Naranjo en la Galería Birimbao, ha transcurrido una década. Periodo de tiempo en el que el artista, lejos de adormecerse en brazos de la gracia, ha seguido en busca de nuevos hallazgos, sumergiéndose en los formatos y en las técnicas, en aras de un espíritu de movimiento que más allá de lo artístico también tiene su consonancia en un periplo vital. Porque vida y arte, cuando son tomados con brío y honestidad, forman un conglomerado indivisible.

Ese espíritu de movimiento puede verse claramente reflejado en su obra, traspasada por una diversidad de técnicas que van desde el óleo sobre papel, pasando por otros soportes como el aluminio o el lienzo, hasta el collage. También ese espíritu dinámico hace maridaje con el proceso vital e íntimo del artista, cuyas últimas creaciones han ido acompañando sus distintas estancias entre Londres, Cádiz, la Casa de Velázquez o Villamartín. En el caso de su obra, merece una especial atención detenerse a analizar el sentido de ese movimiento.

Si por lo general los artistas establecen un eje lineal en la cronología de su obra, también sucede, en ocasiones, que el artista ejerce un movimiento no lineal dentro de su quehacer creativo. En el primer caso es fácil ordenar la evolución de las obras y series, descritas sobre una línea temporal en la que el lenguaje suele ir transformándose desde lo concreto a lo sugerente, desde la figura a lo abstracto, como una evolución lógica de la mirada, que va ganando en sutilezas y soltando lastre con el mirar común, práctico y funcional, al que la cotidianidad nos lleva en su rutina. Porque la pintura es ante todo un ejercicio de la mirada, algo que modula nuestra relación con la imagen en busca de una aventura, de un hallazgo y, quizás, algo de belleza, de universalidad, de un electroshock de la conciencia o yo qué sé.

En el segundo caso, el no lineal, el movimiento sucede dentro de un espacio tridimensional, con menos lógica a primera vista, pero que en realidad no carece de ella sino que obedece a una lógica distinta. A este segundo caso pertenece Picasso, del que sería imposible -una vez superadas sus dos primeras etapas, la realista y la postimpresionista- ordenar a ciegas el cómputo total de su obra.

También a este segundo tipo de lógica del movimiento pertenece José Carlos Naranjo, cuya pintura se mueve, no en un claro eje hacia delante, motivado por un ejercicio de despojamiento y sugerencia, sino en un dinamismo multidireccional que va estableciendo conexiones entre puntos que juegan a establecer un tiempo más allá del tiempo. Puntos que se encuentran en el instante creativo uniendo pasado, presente y futuro sin ningún tipo de complejo, sin reparos en volver la vista hacia atrás para recuperar recursos o en mirar hacia delante para incorporar alguna nueva técnica. Se podría decir que estos puntos no se ordenan en una línea cronológica plana, sino dentro de un volumen tridimensional cuyos elementos se encuentran en un movimiento similar al de los electrones y protones que componen un átomo.

En ese dinamismo desacomplejado habría que enmarcar la nueva muestra que José Carlos Naranjo expone en la galería Birimbao. Muestra, que tras su anterior exposición en esta misma galería, “Subir el coche a pulso”, recupera una figuración más explícita y a la que añade el ingrediente del color. Nuevos tonos con los que investiga y que incorpora a su paleta generando un contraste que quizás sea la novedad de la presente muestra. Pues la paleta de Naranjo es sin duda la paleta más europea de la joven escuela andaluza, con referencias cromáticas que están entre Caspar Friederich, Anselm Kiefer o Michaël Borremans, y que aquí se ve eventualmente tocada por tonos que están más abiertos al cromatismo de lo austral o mediterráneo.

Por último, y más allá de tonos y técnicas, habría que considerar el doble milagro que entraña la pintura expuesta en esta sala. Pues si ya puede considerarse como milagro por sí solo el hecho de que un individuo de nuestro planeta se dedique a la pintura, debe considerarse como otro milagro añadido el hecho de que ese individuo que se dedica a la pintura no haya nacido con una flor en el culo o el aval de una familia que sustenta su capricho. Ninguno de esos dos supuestos fue el caso de José Carlos Naranjo y de ahí el doble milagro. Pues en él todo ha sido cuestión de estudio, técnica, fe, horas y más horas, y gracia. Siempre la gracia.

También la temática, que no abandona nunca su sino, y que se ve poblada de paisajes urbanos, extrarradios, personajes en fuga o en extraña ubicación y que conversan con clásicos de la pintura como Goya o Velázquez, formula una serie de contrastes que nos hablan de la genealogía íntima de su autor, de su memoria, y de ese milagroso encuentro con la belleza, el electroshock de la conciencia en la pintura o lo que sea.

Las llaves de casa con el llavero de un taller de chapa y pintura. El pie lejos del freno en un automóvil que lleva su marcha por las carreteras del espacio, que brilla en la alta noche del universo y que se mueve, multidireccional, como el cemento que gira dentro de una hormigonera. La barra de zinc del Bar Cañada que también brilla como la plata de este mundo.

Mira las estrellas en la noche, cielo mío. Ellas tampoco tienen flores en el culo.
No detenerse.

Constantino Molina